El piano está en silencio extrañando tus manos
sumido en el profundo letargo del infierno
como una golondrina que se perdió un verano,
como una golondrina que se murió un invierno.
Y yo lo estoy mirando desde mi azul tristeza,
porque somos iguales, extrañamos lo mismo
el claro de tus ojos, el mantel de la mesa,
y la noche cargada de música y lirismo.
El péndulo dorado del reloj de la sala,
cual diapasón sin tiempo se hamaca suavemente
y un haz de luz pequeño, mariposa sin alas,
le roba cuatro notas a un piano indiferente.
Y tú no estás, y entonces, mi garganta se anuda.
Mis lágrimas caminan por mis tristes mejillas.
Y hay una casa en sombras, y una existencia muda,
descansando el olvido sobre una ausente silla.
Todo es gris, pues la luna se ha quedado en la esquina.
No quiere entrar como antes, por la vieja ventana.
Tal vez ya no la espere el lila de glicinas,
ni el lucero dormido, ni el sol de la mañana.
Pero estoy yo que aguardo, con los brazos abiertos,
con los ojos cansados, con la mirada incierta
que el camino me aleje por fin de este desierto,
y escuche que de nuevo se vuelve a abrir la puerta.
La puerta de esa piano, que creo estoy oyendo.
Liszt ha puesto en tus manos la eterna melodía.
La noche está llorando, afuera está lloviendo,
"Sueño de amor" , que aleja la tristeza del día.
León Romero *
sumido en el profundo letargo del infierno
como una golondrina que se perdió un verano,
como una golondrina que se murió un invierno.
Y yo lo estoy mirando desde mi azul tristeza,
porque somos iguales, extrañamos lo mismo
el claro de tus ojos, el mantel de la mesa,
y la noche cargada de música y lirismo.
El péndulo dorado del reloj de la sala,
cual diapasón sin tiempo se hamaca suavemente
y un haz de luz pequeño, mariposa sin alas,
le roba cuatro notas a un piano indiferente.
Y tú no estás, y entonces, mi garganta se anuda.
Mis lágrimas caminan por mis tristes mejillas.
Y hay una casa en sombras, y una existencia muda,
descansando el olvido sobre una ausente silla.
Todo es gris, pues la luna se ha quedado en la esquina.
No quiere entrar como antes, por la vieja ventana.
Tal vez ya no la espere el lila de glicinas,
ni el lucero dormido, ni el sol de la mañana.
Pero estoy yo que aguardo, con los brazos abiertos,
con los ojos cansados, con la mirada incierta
que el camino me aleje por fin de este desierto,
y escuche que de nuevo se vuelve a abrir la puerta.
La puerta de esa piano, que creo estoy oyendo.
Liszt ha puesto en tus manos la eterna melodía.
La noche está llorando, afuera está lloviendo,
"Sueño de amor" , que aleja la tristeza del día.
León Romero *
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